Un pequeño tesoro

Alguien se  acordó de mi un día paseando por la orilla de la playa y me trajo un pequeño regalo:  una especie de cubo que iba y venía mecido por las olas.  Creyó que mis manos podrían transformarlo en algo más allá de lo que es ahora y darle una segunda vida, y muy posiblemente así será, aunque debo confesar que tal cual está me parece maravilloso y especial, ¡un auténtico tesoro!

Por ahora vamos a empezar por limpiarlo cuidadosamente para retirar los restos de arena e impurezas y proceder a darle una capa de cola blanca para proteger toda esa capa de vida que el mar le ha regalado, una piel preciosa con aroma a mar.  Estoy emocionada tan solo imaginar la infinidad de posibilidades que me ofrece este objeto. ¿Cómo acabará?… aún no lo sé, pero os lo haré saber 😉

Os dejo aquí una foto del protagonista de hoy, ¡a ver qué os parece!

Mi estudio

Y aquí estoy, en mi estudio. Cuando entro en él suelo inspirar profundamente, intentando empaparme del embriagador aroma que inunda el aire (aroma al que la gente suele llamar vulgarmente “peste a disolventes, barnices y pintura”, pero que a mí me encanta).

Ya que es muy probable que la mayoría de las entradas de este blog  las haga desde aquí, creo que es justo que te ponga en situación y te presente la que es “mi guarida”, mi lugar de trabajo. A mi alrededor caballetes, carpetas, lienzos y pinceles, espátulas, herramientas varias, pinturas, botes de esto y de aquello, pigmentos, esbozos a carboncillo, libros, apuntes y, sobre todo, manchas de pintura, gotas y más gotas por suelo y paredes que le ofrecen ese carácter tan particular y lo hacen especialmente acogedor. No es un lugar apto para remilgados ni maniáticos del orden y la limpieza… pero es ideal para dejarse llevar y disfrutar de la pintura sin preocuparse por si se mancha algo, de hecho ensuciarse es parte de la diversión. Al entrar al estudio hay dos cosas que son imprescindibles para mí: la primera poner música, y la segunda quitarme los zapatos. Trabajar descalza me da sensación de libertad y por el irrisorio precio de acabar con los pies negros.

Descalza, borracha de disolventes y con las manos llenas de pintura te doy la bienvenida a mi estudio, mi pequeño rincón de mundo desde el que mi imaginación alza el vuelo en libertad.